Thursday, November 20, 2008

Trotamundos

Hace 3 años ya que vivo en Japón, y cada vez que deseo darle forma al relato de mi experiencia me siento frustrada, es como intentar meter “un elefante en un refrigerador”.Siendo que mis raíces son bolivianas, la sangre la tengo mezclada con esta sociedad. He logrado identificarme en algunas actitudes y perspectivas; pero en otras no las comprendo. Algo que siempre digo, se puede adaptar aceptando a otros sin necesidad de estar siempre de acuerdo con ellos. He intentado este tiempo de no criticar demasiado, estaría mintiendo si digo que nunca juzgo ni critico; pero es algo que en lo posible intento evitar. Y la razón es que es inútil hacerlo, ya que lo que a mi me puede parecer molesto o extraño, para otros es lo que mandan los estándares sociales.Estando acá pude ver que lo que en un principio me tomo adaptarme, lo mismo le sucede a todo aquel que sale de sus 2 metros cuadrados de espacio personal. Ni que hablar ya de cuando se cruzan fronteras y océanos.En fin, de acá en adelante periódicamente tomare algún tema cualquiera y relatare mis vivencias desde una perspectiva mas personal que colectiva. Así que voy a hablar por mi misma. Se que opiniones divergentes siempre las habrán, para eso existe la variedad en nuestro mundo.Hoy empiezo con algo que hace poco me llamo la atención. Estaba caminando por una calle en pleno centro de Kobe un día domingo por la tarde. Día domingo es en general “día de compras”, “día de salir”, “día en familia” para muchos japoneses.Como es de esperarse las calles están atestadas de gente que caminan en todas direcciones casi codo a codo.Pasé por un mercado, se supone que es la zona mas transitada y aparenta cobrar vida con tanto movimiento. En ese preciso momento recordé lo que era un domingo por la mañana, caminando en Santa Cruz en pleno mercado “Los Pozos”, o el que fuera. Es una experiencia sui géneris, y pareciera ser muy propia de los pueblos latinos: los mercados tiene un “alma borracha”, a gentío, caos y estímulos sensoriales por doquier. El bullicio suele ser ensordecedor, una mezcla de griterío de venteros y clientes, cumbia chicha y reggaeton en las tiendas de música pirateada, bocinazos y toda clase de improperios pronunciados sin el menor recato entre callecitas que no se sabe si es para la gente, para los animales o para los autos.El colorido es otra característica, desde los toldos de lona, los millones de artículos de toda clase y uso, las “decoraciones” con colores chillones que gritan desde 4 esquinas mas allá, y las fruteras que se “estacionan” donde les place pero que colaboran con el vivificante panorama. El rubí de las manzanas, el esmeralda de las uvas, el ébano del guapurú. Y luego viene el que en mi experiencia personal logra “clavarse” en la memoria mejor que cualquiera: los olores. Y no hablemos de esos que parecen una bofetada al apetito (que por cierto nunca faltan), hablemos de esos que vienen a “alborotarnos las tripas” como decimos en mi ciudad. Cuando se trata de comida, para mí la experiencia del aroma es como un desfile de deliciosas sensaciones que llegan a estimular mas allá del apetito. Un chicharrón bien aromático me puede alzar el estado anímico!, no es broma. Olor a café batido por la mañana, mejor despertador que el gallinero del vecino. Y ni que hablar de la comidita hecha en casa…dicen que los humanos tenemos algo de perros…y me refiero al olfato, ojo. Y es que hay estudios que revelan la capacidad que tienen ciertos aromas a quedarse grabados en nuestro subconsciente como recuerdos muy vívidos así pasen años.En fin, aquel día caminando por otro mercado más del mundo, me tope con la enorme diferencia. He aquí mis impresiones:
Tanto orden!. A pesar del gentío, en general un aire a orden se filtraba entre líneas. No se puede llamar caos a semejante “exceso” de respeto por el “territorio ajeno”.
Que limpieza!. Y me da pena admitirlo; pero es cierto: algunos de nuestros mercados son un asalto a la salud pública.
Lo del orden, por un lado me dejo fascinada; pero por el otro con “sabor a poco”. Será costumbre; pero para que mentir que la falta de colores disparatados, así provoquen migrañas, me produjo nostalgia.
Lo mas llamativo: que silencio!. Y digo llamativo, porque mientras iba caminando me “estacioné” a un lado de la calle con el solo propósito de observar el gentío hasta donde alcanzaba mi miope mirada. Y para la cantidad de gente que había la sensación de “poco volumen” me pareció muy extraña. Noté que la gente conversaba animadamente pero no “a gritos”, como mi tímpano tiene bien acostumbrado a oír.Tampoco se escucha por toda la cuadra el último CD mas vendido. Música a todo volumen jamás he oído a no ser que sea en lugares específicos. No en la calle, e incluso muy rara vez en los carros al punto de que si lo escucho me sorprende.No estoy segura que tocar la bocina sea prohibido en Japón; pero parece ser también una de las normas de urbanidad no hacerlo. No se escuchan las clásicas “peleas del tráfico”, y es mas, ni una sola vez en 3 anos he visto conductores vociferando toda clase de apelativos en plena calle.
Otra muy peculiar: la falta, casi absoluta de aromas. Y no porque falte comida, restaurantes y puestos al aire libre. Habían y precisamente eso despertó mi curiosidad. La razón aun sigue siendo un misterio para mí, incluso llegue a “fisgonear” los restaurantes buscando un “monstruoso” extractor que se llevara todos los aromas; pero no encontre una explicación que me dejara satisfecha. Y la comida es bastante variada, hay toda clase de exquisiteces, así que no se podría deducir que la falta de aroma les robe el sabor…extraño…

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